Poema de Jesús Esteras Monge

Era el milagro de las manos,
alzadas como mástiles.
El milagro de los panes,
de las risas,
rajadas com una tabla,
por el tiempo y las lluvias.
Era el milagro del primer
altruista. El gran milagro.
El milagro originario del mundo.
De rincones ocultos y tristísimos
del corazón se alzó la gratitud,
comprada a plazo. Ved al hombre
digno, al incorruptible, al señor
de señores,al santo, al dominador,
al benefactor del pueblo.
Y la sonrisa
aprendió la lección y los mendigos
se alinearon en escalafones.
Pero esto fue después.
En el tiempo anterior al milagro no había sonrisas.
Existían la risa y el llanto,abiertos,
descarnados, como dioses rebeldes
y magníficos.
Después
vinieron los milagros.
Milagros para todas las medidas.
Y de cada milagro se colgó una sonrisa
para que no se sorprendieran los ingenuos.
El primer hacedor de milagros
era un señor muy serio
que nunca sonreía, sólo
cuando era menester.
Y aun hay quien presumía
que bostezaba ante la masa
amorfa de seres sonrientes,
que veían en él al enviado,
al honorable señor,al íntegro,
al intachable y adorable señor,
malabarista único,y ágil
prestidigitador
que ensalzaría a los humildes.
Por eso sonreían…
En espera
de que se convocaran
nuevas oposiciones
al milagro futuro,
accesible a sus manos
ya, y definitivo.

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