El poeta Ángel Guinda

 

Por Manuel Forega

 

 

El poeta Ángel Guinda (Zaragoza, 1948), autor de una obra sólida, comprometida con la estética, adepta a la mejor tradición de la poesía española, pero construida con un lenguaje renovador, ha sido galardonado con la más alta distinción con que el Gobierno de Aragón destaca la trayectoria literaria de los escritores aragoneses, el Premio Letras Aragonesas. Guinda, ejemplo para varias generaciones de poetas, figura inexcusable que mantuvo viva la llama de la escritura en la abúlica Zaragoza de los años 70 y 80 (manifiesto Poesía y subversión), ha construido uno de los más singulares edificios literarios a base de su compromiso con un género al que, entre otras cosas, define como una herramienta para embellecer y transformar el mundo.

 Residente desde hace veinticinco años en Madrid, nunca ha dejado de sentirse aragonés por encima de todo ni de apoyar a cuantos escritores comenzaban su andadura en el camino de las letras, y esta dimensión humana de su personalidad se erige también como uno de los valores sustanciales abiertamente ponderado por el círculo de sus colegas. Editor de las míticas colecciones «Puyal» de poesía y «Al Margen» de ensayo desde la editorial Porvivir Independiente, sus volúmenes acogieron a buena nómina de los poetas aragoneses de los años 70-80, y fue también el factótum de la revista Malvís, publicación que abrió sus páginas en Madrid a muchos poetas de su tierra.

 “La poesía sirve, la poesía es” representa para nuestro poeta uno de los lemas (manifiesto Poesía útil) que no sólo defiende hasta sus últimas consecuencias, sino que constituye toda una sintética declaración de principios por la que ha transitado su obra, fundada en una absoluta independencia al margen de los cenáculos literarios y de cualquier conspiración mediática.

 Ángel Guinda es un poeta que se ha rebelado contra todo; su escritura se enfrenta a la realidad; su yo es un yo solo frente al mundo; su mundo está fuera de este reino; su demonio es uno de los auténticos dioses; su imaginación y su fantasía son palancas para impulsar recursos estéticos olvidados por los petulantes; su onirismo es material poetizable; sus textos claman contra la injusticia y arengan a aliarse en contra del Poder, celebran el cuerpo, lo visten de belleza y proclaman la fortaleza de su juventud; sus morfologías sintáctica y léxica indagan en la transformación y en la búsqueda de lo nuevo como un científico; su poesía cifra en la utilidad pública la capacidad de movilizar la sensibilidad de las masas. Pero su poesía es, sobre todo, él junto a todos los demás. Es solidaria y crítica; beligerante y amorosa; pedagógica y aforística; es una parte de sí mismo, es un apéndice vital y, por lo tanto, connatural a su ser y ajeno al parecer. Su poesía no finge, es sincera; toma de la tradición lo que es tradicional, invoca su poder posesivo y transformador. Su poesía es, también, todo. Sigue teniendo “claro lo oscuro”; ha desplazado hasta su forma versicular lo que en otro tiempo fue aforismo (¿pero es que alguna vez fueron distintos?); ha incorporado a Dadá en su discurso; clava “los codos en Dios”; dice otra vez “NO”; sintetiza la aspiración a la libertad con un simple sufijo; blasfema y desobedece, como antaño y como siempre; “atravesado por un rayo de sombra”, parafrasea la poesía clásica y la moderna; adoctrina y asesora con modesta elegancia a la vez que “siembra relámpagos”, “descerraja el aire”, “atropella la luz”, ama y folla…

 La poesía de Ángel Guinda martillea nuestras conciencias estéticas y sociales, pero lo hace, además, desde la invocación a la libertad de la forma, desde la libertad del pensamiento, desde la libertad a ser un sí mismo capaz y cabal, poseído por la poesía, pero poseedor de ella. No es casual que el Poeta y el Poema sean iconos indestructibles de quien, “dentro y fuera del mundo” y de sí mismo, todavía ―por algo será―  viene “al mundo para destruirlo y, de las ruinas, levantar otro orden”. Nada exceptúa tanto su compromiso como los textos de este poeta que, semejante a un dios mayor, afirma con rotundidad: “abro los brazos y cierro tempestades”; un poeta que “persigue la luz de lo profundo” y, sin embargo, como hombre, tiene miedo y solicita un abrazo humano.

 Ángel Guinda ha sido siempre un poeta beligerante, disconforme. Ángel Guinda ha sido siempre un poeta crítico, impugnador. Ángel Guinda ha sido siempre un poeta consciente, responsable. Y como todos estos calificativos resultan ser apéndices de la conciencia poética, Ángel Guinda ha sido siempre un poeta honesto y, contra lo que pudiera marginarse de un sustantivo así de concluyente, del sí es no es, la honestidad tiene sus grados. En el asunto de la poesía esta variable gradual resulta determinante cuando ha de juzgarse una obra. De entre los poetas de su generación, los ha habido que han enloquecido lúcidamente; quienes se han declarado excedentes; quienes no han sucumbido al síndrome de la isla y siguen sujetos al pecio de su falucha; quienes han agotado el tesoro bizantino; quienes han ensayado resucitar con escaso éxito la novela u otros géneros; quienes simplemente se han callado; quienes, también, han muerto; quienes, quienes, quienes… De entre tantos relativos, el nombre de Ángel Guinda destaca, en cambio, porque no ha dejado de escribir en absoluto. Lo ha hecho escrupulosamente, afirmándose y retractándose, pero no ha dejado de escribir… De escribir poesía, ésta es la cuestión. De cuanto yo conozco, sé de dos antecedentes españoles que podrían ser sujetos similares de esta condición tan sensible a la conciencia poética (que vuelvo a citar con todo su tonelaje a cuestas): uno es Góngora; el otro, Juan Ramón. Aunque nos quedaríamos en la simple cita de valor relativo si no añadiéramos en seguida que a Ángel Guinda lo distingue una colosal conciencia de la vida y de la muerte.

Y quisiera añadir otro matiz: hay quienes —otra vez— traducen la vida como un discurrir de acontecimientos a los que se asiste con expectación y toman de ello lo anecdótico para escribir no una, no, obras enteras que luego acumulan precozmente en «obras completas»; hay quienes lo describen todo, todo; es decir, que lo describen sin conocer que esa «d» prefijal es una partícula negativa; hay quienes se estrujan el magín para dar con lo que creen el hallazgo aforístico especular, lo nunca dicho, para nuestra desdicha. Lo que distingue a Ángel Guinda de todo ese prosaico neospleen es haber entendido plenamente que la vida es, sobre todo, un conflicto existencial. Lo que para Aristóteles era tan querido, lo que para Nietzsche era un asunto central cobra valor relevante en la poesía de Ángel Guinda. No diré aquí que es el antecedente morfológico y argumental de muchas de las corrientes de los años 80 y 90 (bueno ya lo he dicho); lo que quiero de verdad decir, además de lo dicho, es que su poesía contiene una tensión extrema con la realidad, las consignas que parten de un yo consciente del liderazgo lírico, la conciliación empática que rinde homenaje humano a la solidaridad, la refutación de los estándares sociales, el boicot léxico, la denuncia del orden político-moral, la introspección crítica del ego sum y la entrega incondicional del ego in vos, la contestación de las iconografías éticas, su desafío censor, la insubordinación, por fin, de la conciencia y su rebelión contra las categorías sociales resultan, todas ellas, muestras de un conjunto opositor presente y capaz de traspasar el límite de la evidencia formal para instalarse en el ser humano.

Sea enhorabuena.

 

 

Una respuesta a “El poeta Ángel Guinda

  1. Catalina Anguissola

    Estoy totalmente de acuerdo con este texto esclarecedor de uno de los grandes poetas de nuestro tiempo. Por fin conceden un premio importante a alguien que ha construido una obra verdaderamente ejemplar y al margen de los premios y las camarillas.