Opinión

Empezamos hoy una nueva Sección que hemos denominado «Opinión«. En ella podréis ofrecer precisamente vuestra opinión sobre cualquier tema de actualidad. En nuestro inicio Manuel Martínez Forega nos brinda su parecer sobre el canon digital, tema espinoso y candente. Esperamos que os guste esta iniciativa y participéis en ella.

Canon sí, pero corrijamos algunos conceptos: Copyright y Copyleft.
M. MARTÍNEZ FOREGA

¿Canon? Sí, aunque a regañadientes. Si soy partidario del canon es por la misma razón por la que acepto a regañadientes la larguísima, la interminable nómina de cargos que ocupan los representantes políticos en el Congreso, Senado, Parlamentos Autonómicos y europeos, Diputaciones Provinciales y Forales, Ayuntamientos, Comarcas, Delegaciones y Subdelegaciones y demás indefinidas e indefinibles representaciones (que uno no sabe, en realidad, dónde ni cuándo acaban), con la desventaja de saber que ese dinero que les pago por hacer tantas veces —y decir siempre— auténticas barbaridades se destina a compensar el desempeño de políticas que no sólo no comparto, sino que, incluso, agreden mis intereses. Es decir, que también debo aceptar mi cuota de financiación a las actividades de mis enemigos. Y no sólo eso, sino que éstos (y quienes lo son menos) cobran por partida doble: una por el desempeño nominal de su cargo y, otra, la financiación en abstracto por el número de sufragios obtenidos que recibe la organización política a la que representa. Este canon doble lo pagamos todos con la misma naturalidad que vemos llover, y yo, abstencionista confeso, estoy —aunque de nada me sirve— en contra de, cuando menos (de mi no-voto no se llevan ni un céntimo), aquel pago nominal, al que debería oponer el mismo reparo que argumentan quienes dicen que el canon debería suprimirse porque grava indiscriminadamente a quien copia y a quien no copia. Pues bien, los abstencionistas decimos que se supriman los salarios de los diputados, senadores y alcaldes porque se les paga, también indiscriminadamente, con los impuestos de los que votan y de los que no votan; y que se suprima también la financiación a los sindicatos porque grava indiscriminadamente a los afiliados y a los no afiliados; y que no se construyan carreteras porque gravan indiscriminadamente a quienes tienen coche y a quienes no lo tienen; y que no se construyan AVEs porque gravan, indiscriminadamente, a quienes van en tren y a quienes viajan en avión; y que se suprima la ley de dependencia, porque ni tiene altzheimer mi padre ni obesidad mórbida mi tía…  De todo este maremágnum, me quedaría con el canon de Pachelbel si la cosa no estuviera asociada a intereses más elevados que los que reclama el malestar de los ciudadanos. El verdadero interés de que esta polémica siga adelante es el que defiende la industria tecnológica, que ve en el canon un obstáculo a la venta de sus productos, como si sus beneficios no fueran ya bastantes. Y otro factor no menos importante es la mala educación de la mayoría de la sociedad española, que todavía responde instintivamente contra la compensación económica de los derechos de los creadores y no lo hace contra los altísimos ingresos que percibe un futbolista por sus derechos de imagen. Naturalmente ven más partidos de fútbol que cine, teatro u obras de arte y muchos más que libros leen, por eso discrepan de unos derechos y alimentan otros, por eso asumen los incrementos en el precio (I.V.A. incluido) de sus abonos y entradas. Ya sé que ello responde a una impregnación mediática y su consecuente colonización de las conciencias, y que esos derechos de imagen los gestiona el club que los ficha; ¿pero no es ello también reflejo de una mala educación, cargada de hipocresía en este caso?
La mentalidad de los españoles aún debe madurar mucho, muchísimo, para llegar a la altura de la mostrada por nuestros vecinos. ¿Se imaginan que en un Feria del Libro en España se cobrara entrada por visitarla? Así se hace con naturalidad en Francia, por citar sólo un ejemplo. No, el español de hoy pagará su entrada para ver diez coches deportivos en una feria monográfica sobre vehículos de competición, pero pondrá el grito en el cielo y añadirá un ¡que les den por el…! si, aun a duras penas, su curiosidad le ha empujado a una feria libresca arrastrado por un diletante lector.
Otra cosa es sancionar como infalible y único el mecanismo del copyright defendido por las entidades gestoras de derechos de autor, y otra cosa es establecer esos abismos diferenciales de jerarquías entre las diversas disciplinas que generan esos derechos, y otra cosa es que la Administración se vuelque en las subvenciones al cine y a la ópera y no lo haga con, por ejemplo, la poesía y los títeres. Si se subvenciona la cultura (lastre que pagaremos muy caro a largo plazo), ha de subvencionarse toda, o, si no, comencemos a debatir si el cine y la ópera son cultura y la poesía y los títeres no.
Es más que posible conciliar la defensa de los derechos de autor con otras estrategias destinadas a los mismos fines y que no colisionan con el prejuicio del consumidor. Las licencias copyleft, por ejemplo, facilitan el reconocimiento del autor al propiciar una mayor distribución de sus obras sin que ello signifique ningún deterioro de sus derechos autorales. Una licencia copyleft sólo afectaría negativamente al cobro de algunos (no todos) derechos patrimoniales. Pero no debería perjudicar el trabajo contractual con editores, productoras audiovisuales o galerías de arte, con excepción de ciertas contradicciones que se están dando en producciones con soportes fácilmente reproducibles, como, por ejemplo las obras fotográficas,  videográficas, etc., que se distribuyen en series limitadas para activar artificialmente su valor áurico como obras escasas y, lógicamente, multiplicar su valor económico. En este aspecto, el copyleft produciría un efecto corrector, trasladando el problema de la financiación hacia la producción y no tanto —como se hace actualmente— hacia la distribución de trabajos ya realizados que, en numerosas ocasiones y, paradójicamente, se hace con el apoyo de fondos públicos. Por lo tanto, el copyleft puede potenciar los canales tradicionales de remuneración de los artistas y activar otros nuevos armonizables, sobre todo, con las herramientas digitales de las que hoy disponemos. Por otra parte, a la remuneración obtenida mediante autofinanciación y subvenciones, becas o mecenazgos es evidente que la licencia copyleft no le afecta en absoluto, al igual que ocurre con el copyright. Una difusión del trabajo, de manera libre, sin restricciones a la copia y la circulación, para uso comercial o no, es el mejor medio para promocionarse y darse a conocer y, en consecuencia, para recibir encargos, invitaciones a conferencias, cursos, propiciar contratos, etc. Por último, pensar que es factible vivir del trabajo mediante la redacción contractual con los distintos promotores comerciales y los derechos de remuneración (situación que alcanza sólo a unos pocos), resulta una pretensión potenciada por algunos sectores de la cultura y entidades de gestión que difícilmente se verá realizada.
Ello no obsta para que, hoy todavía, se siga declarando desde ciertas posiciones que el copyleft es sinónimo de abolición de los derechos de autor e incluso de la misma noción de autoría. Se trata de afirmaciones que no se sostienen, realizadas desde el desconocimiento o la intoxicación deliberada. Copyleft defiende un modelo en el que el autor debe vivir de su trabajo, pero es indiscutible que ese trabajo ha evolucionado, ha cambiado, y no pude continuar adherido a anacrónicas iconografías. Soslayar la existencia de ese cambio es cerrar los ojos a la evidencia y dilatar lo inevitable mientras se continúa insistiendo en mantener el diseño de un mercado que a duras penas sobrevive dependiente casi en exclusiva de la financiación pública de, como he dicho, no todas las disciplinas.

2 Respuestas a “Opinión

  1. En puridad, Pepe, es lo mismo. Lo que yo digo es que hay que corregir las abismales diferencias existentes en el reparto jerárquico de los derechos generados por los autores; eso, por una parte (tampoco yo estoy de acuerdo con la casa -ni con la caja- de Alejandro Sanz mientras Augusto Pérez -dramaturgo con obra estrenada- se sostiene haciendo en la calle de estatua). Es la propia SGAE la que no quiere a entrar a debatir sobre el asunto de las jerarquías. A todos nos vendría muy bien que así fuera; sin embargo, es cuestión que deberían comenzar a discutir TODOS los autores, sean músicos o titiriteros. El error es que aquí derecho de autor parece asociarse sólo a trabajo musical porque su mercado es, en general, el más potente. Así lo entiende la SGAE, que vuelca sus esfuerzos en esa disciplina; pero no olvidemos que también son miembros de la SGAE otro tipo de autores no músicos y a éstos no les hace ni caso. Por otra parte, digo que las entidades de gestión no tendrían por qué aferrarse únicamente al concepto de copyright, pues existe otro tipo de licencias (como el copyleft) que preservan igualmente esos derechos y, sin embargo, saben conciliar la distribución pública de las obras con una finalidad y beneficio social inexcusables. Es éste otro concepto de derecho que debería también discutirse en profundidad y sin miedo.
    Y decía que, en puridad, es lo mismo, Pepe, porque una sociedad se construye, sí, con infraestructuras materiales; pero una sociedad también necesita estructuras intangibles, las culturales, capaces de formar y educar a sus ciudadanos, y de esas infraestructuras forman parte importante los creadores, dicho sea con la asepsia y respeto suficientes; es decir, sin engolamiento. Es más: esas infraestructuras son indispensables y su mantenimiento imperativo, como las carreteras y los aeropuertos.
    M. Martínez Forega

  2. Bueno, la verdad, estoy en desacuerdo en casi todo contigo, a pesar de compartir todas tus opiniones. Es difícil, ¿verdad? Usando el ejemplo que tú has puesto (futbolista y cantante, por ejemplo), comparto contigo que son aberrantes los sueldos de los futbolistas y que nadie dice nada. Pero estoy en desacuerdo que sea el mismo concepto. Me explico, el futbolista que deja de meter goles, defender, pasar (o lo que haga) ya no cobra. El creador que hace una canción pretende vivir de ella toda la vida. Es igual que si el futbolista pretendiera cobrar todos los meses de un gol que metió. En mi opinión con ese canon hay muchos que, como dices, pretenden vivir del cuento (como los políticos por otra parte, muy bien remarcado). Los ingresos de la SGAE han crecido un 2000% en los últimos 6 años (noticia del Heraldo). Como ves estamos de acuerdo, pero yo creo que no hay que callarse ni aceptarlo. No es lo mismo el sueldo de un ministro o la casa en Miami de Alejandro Sanz que una autopista o canales de comuncación públicos…