Los chicos están bien. PoesÃa última, edición de Manuel Vilas,
Olifante, Zaragoza, 2007, 184 páginas.

LOS CHICOS MEJORAN CONSIDERABLEMENTE
Manuel MartÃnez Forega
Manuel Vilas ha confeccionado un hermoso muestrario de la poesÃa última española en su edición olifántica (¡cómo ponderar el trabajo de Trinidad Ruiz Marcellán en favor de tan anoréxico género!), cuyo propósito primero y último es que conviva con ella la aragonesa. Ha hecho bien porque está bien que asà sea, porque, con más mérito del reconocido, la poesÃa aragonesa (aunque sea ésta una rúbrica que a Vilas no le gusta) ha dado unos cuantos aldabonazos sonoros durante los últimos treinta años y sigue llamando a picaportazo limpio en las puertas del presente y del porvenir. Esto debe decirse, y más cuando nos envuelve un desierto plano sin farallones donde reproducir el eco de su desenvoltura y de su ya, sÃ, cualitativo empaque. Será sin duda una edición referencial cuando queramos más adelante recabar datos catalográficos. Debo decir, además, que, pese a quien pese, es ésta una muestra que añade cierta heterodoxia a la selección y que la diferenciarÃa de cuantas antologÃas hechas bajo el esquema de minuto y resultado proliferan inducidas por intereses editoriales y mediáticos â??tanto daâ?? (incluso polÃticos, me atrevo a decir). Que la poesÃa era el género literario más descentralizado fue axioma hasta más o menos la mitad de los ochenta; hoy no podemos decir lo mismo; hoy la poesÃa sufre el mismo impertinente centralismo o bipolaridad que otros géneros o actividades artÃsticas, y ello es consecuencia de un diseño polÃtico e intelectual que, salvo excepciones más que raras, ha instaurado una cultura normalizada pareja a una sociedad normalizada bajo el signo de una polÃtica normalizada. Hoy, el origen, la naturaleza accidental del artista, del escritor, constituye un estigma antecedente que se antepone al espÃritu esencial de su potencial valor. Esto no ocurre en ningún paÃs de nuestro entorno cultural, pero en España resulta ser un hecho asociado paralelamente al peso polÃtico y económico que, en el conjunto nacional, tiene cada uno de sus territorios. En ello ha tenido mucho que ver esa corriente subterránea que el propio Vilas cita de soslayo adjetival: El postmodernismo, término anómalo donde los haya, pero al que debemos acudir para entendernos. El Postmodernismo ha construido una cultura polÃtica y ha querido apropiarse de ciertos principios estéticos invadiéndolos de pura economÃa de consumo y de insolidaridad. Por eso habrÃa que poner mucho cuidado en adjetivar apresuradamente como postmoderna la última poesÃa de nuestro paÃs (en todo caso, un mucho de esta Ãndole la ha puesto en su sitio Alfredo Saldaña con encomiable inteligencia y penetración crÃtica). Poetas postmodernos los hay, claro que los hay. Los conocemos y sabemos que colaboran en ese diseño de una cultura polÃtica y, lo que es más grave, en el diseño de una polÃtica cultural. Ocupan puestos de poder editorial, académico y mediático y constituyen un tamiz no muy alejado de la tradicional censura. TodavÃa es peor que otros poetas se hayan enganchado a AVE semejante sirviendo a tales intereses desempeñando el papel de azafatos. Una actitud, por otra parte y, una vez más, cutre y provinciana dentro del contexto europeo. España, a este respecto y con todo su postmodernismo a cuestas (poco madurado, no obstante), is also different. Pero ni toda la poesÃa española última, ni todos los poetas españoles últimos son postmodernos. Lo que otorga valor al epÃteto â??aragonesaâ? (¡oh! cacofónico gentilicio) de la poesÃa última es haber sabido (consciente e inconscientemente) sustraerse a la seducción del exilio y haber sabido convivir sin beligerantes espantadas con generaciones precedentes aunque coetáneas. La edición de Manuel Vilas lo pone bien a las claras porque ha sabido escoger unos cuantos nombres que responden a esta resistencia confraternizadora: Algora, Gómez Milián, Gracia, Jiménez, Mayor y Sopeña visten los alamares de matadores valientes que han aguantado los tornillazos que les lanzaban los mansos marrajos. Dicho de otro modo: Han sorteado a la defensa, han roto la cintura del central y le han colado el gol por la mismÃsima escuadra a IrÃbar, a Ramallets y a Casillas sin que pudieran hacer nada por evitarlo: Imparables.
Pero hay otro asunto: La realidad. Muy esquemáticamente, podemos decir que, desde posiciones crÃticas, ha ido incluyéndose en ese sustantivo a cuantos poetas han surgido tras la lÃnea fronteriza marcada por los â??novÃsimosâ? + la â??Generación del lenguajeâ?. Hubo, sÃ, un empeño crÃtico por aislar a éstos dos grupos afines de sus antecedentes â??socialesâ? y de sus consecuentes â??experiencialesâ? (Robert Langbaum) para apresurarse a evidenciar la presencia de otras hornadas poéticas posteriores y, aplicando casi al pie de la letra la cronologÃa generacional orteguiana, satisfacer la demanda editorial y darle caña al mono del antólogo: GarcÃa MartÃn hasta el agotamiento, Antonio Ortega, De Villena, Barnatán, Munárriz… han ido suministrando nombres hasta parecer la â??Jaula de los â??Orates en el Infiernoâ??â? de las quevedescas Zahúrdas de Plutón (â??…hasta cien mil dellosâ?, dice ahà don Francisco). Algunos de esos inagotables nombres (GarcÃa Casado, Oliván, Piquero, RodrÃguez Marcos) están recogidos en esta edición, pero he de brindar por Vilas porque, en efecto, la razón de su buen gusto le ha hecho elegir a unos de los mejores. Ha incluido también a una chica jovencÃsima y buenÃsima â??Elena Medelâ??, que narra hermosos cuentos en verso (o en prosa arrÃtmica, que está muy bien), y ha confeccionado, por fin, un mosaico más que representativo de la mejor poesÃa última española de la que â??dicenâ?? se enraÃza en la realidad. Los chicos están bien recoge diversas perspectivas estilÃsticas, que es, en definitiva, lo que singulariza a un autor; de ello podrÃa hablarse, de los estilos, del tratamiento de los asuntos, de la especulación y resolución de los conflictos sustanciados en un texto formalmente poético. Sin embargo, la estética (donde entrarÃa de lleno esa Summa Realitas) es un código de base filosófica de cuya disciplina (se me permitirá decirlo) está aún muy alejada la inmensa mayorÃa de los poetas â??últimosâ? españoles. Una de las deficiencias (si es que lo es, y yo creo que lo es) manifiesta de esa mayorÃa de poetas es precisamente esta sutil ignorancia. Si se asumiera por su parte y con todas las consecuencias la magnÃfica imagen de Ortega (¡y dale con Ortega! â??el Gassetâ??) acerca de la ignorancia botánica del manzano (lo que no le impide ofrecer hermosas y sabrosas manzanas), la cosa no tendrÃa mayor importancia; pero no, una parte de ese elenco se empeña en atisbar poéticas de medio pelo con la pretensión de definir una estética personal, concluyéndose por advertir su vacua y egotista intromisión en camisa de once varas. En este sentido, los breves de los libros (solapas, contraportadas y prologuillos) constituyen una fuente variopinta de esas â??poéticasâ? con aspiraciones estéticas, dejando a sus espaldas los fertilizantes hontanares de donde, en realidad, proceden y cuya toponimia literaria ignoran. Insistiré en lo de â??una parteâ?, porque no es asÃ, claro, en todos los casos: Se trata de un análisis general, pero no por ello menos referencial.
Surrealismo, irracionalidad, conceptualismo, narratividad, simbolismo, discursividad, culturalismo, minimalismo…, desde el yo y desde el tú, confluyen en Los chicos están bien a partir de posiciones verselibristes o de bien aprendidas polimetrÃas modernistas; se trata de cauces estilÃsticos discurriendo hacia un mismo supuesto mar estético, y, si este mar es la â??experiencia de la realidadâ?, tengo que estar necesariamente de acuerdo porque â??realidadâ? y â??experienciaâ? son todo. Pero desde una posición estética (y más si ésta es la etimológica poïein), no podemos constreñir la realidad dentro de un contexto coetáneo, no podemos acotar un fenómeno de tales caracterÃsticas como si nos perteneciera, como si fuera sólo nuestro, por mucho que sostenga nuestra vitalidad literaria. Ninguna disciplina discursiva lo ha hecho jamás, ni lo hará, pues ello significarÃa abandonar la riqueza exponencial de esa misma realidad y de esa misma experiencia, asà que con más razón la poesÃa debe imperativamente difuminar, borrar los lÃmites de sus nomenclaturas estéticas coyunturales y dejarlas en las manos sépticas del profesional de la exégesis para que elabore sus repertorios, sólo eso (ya aplicará el tiempo su pertinente asepsia). A la poesÃa le compete antes la epistemologÃa â??a la manera de Bachelardâ?? (la canónica y la apócrifa), y, al poeta, tratar de descifrarla y acaso fijarla.
Welcome The Who; welcome these generations.
MI PROPIA INQUISICIÓN
[apremiante juventud]
… no voy a detenerme;
necesito luchar con Dios, con vino, con mujeres,
coger mi cuerpo, prender hogueras por todos sus rincones
y temblar ante la muerte;
… necesito osar, tener amigos y enemigos,
invadir la noche, asaltar sus pechos
y originar el mundo;
necesito la tierra caliente y fría,
la sed mortal de alguien que inspira y que se ahoga;
necesito otra piel con que vestirme,
saquear la sangre y ver
que el arco en la conciencia se ha partido;
… necesito saber que soy el ser de un dios rompiéndose y armándose;
necesito ejercer la vida;
necesito sentir que soy un hombre.
http://www.oriondepanthoseas.com
(Weblog literario del autor. poesía, relato, novela, filosofía y otros)