«Una pica en Flandes»

Una pica en Flandes Una Pica en Flandes, Fernando Martínez Laínez,
Editorial Edaf, Madrid, 2007, 374 páginas

José Luis Gracia Mosteo
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Los Países Bajos fueron la â??patata calienteâ? del Imperio Español, el Vietnam de los Austrias, el cáncer que royó la Monarquía Hispánica, el desagüe por el que se precipitó la grandeza de una nación, uno de los principales mimbres de la Leyenda Negra. Corría un dicho en los Siglos de Oro que decía: â??España fue mi natura; Italia, mi ventura; Flandes, mi sepultura.â? Eso fue Flandes. De eso trata este libro de historia y viajes heredero de aquellos que escribieron Geoffrey Parker (â??España y los Países Bajosâ?) y José Alcalá-Zamora (â??España, Flandes y el Mar del Norteâ?), pero absolutamente original.
Pero vayamos por partes.
La pérdida de Calais en manos de Francia; los corsarios holandeses; los piratas hugonotes y la flota inglesa habían hecho impracticable la ruta marítima para los barcos del Imperio con tropas, pertrechos y manutención que navegaban hacia Flandes (que es como se denominaba a la zona), siendo necesaria la creación de una ruta terrestre. Así nació el Camino Español: un recorrido que atravesaba Europa desde la Lombardía italiana hasta Namur y Bruselas, atravesando el Milanesado, Saboya, Piamonte, el Franco Condado, Alsacia, Lorena, Luxemburgo y el Principado de Lieja, además de otras posibilidades.
Por ese sendero, que duraba una media de cuarenta y ocho días de recorrer, circularían sueños y anhelos, héroes y carne de cañón. Y es que aquella no era una guerra común. Se trataba en realidad de una pequeña â??guerra mundialâ? donde España combatía contra el protestantismo, es decir, el catolicismo de Trento se las veía con los rebeldes de la religión que lo eran del Imperio.
Fue así como el duque de Alba a la cabeza de diez mil soldados recorrió por primera vez el Camino en la famosa Kermesse heroica de 1566 en un imparable desfile capaz de mover a partes iguales el odio y la admiración, y empujar a las gentes de media Europa a â??abarquillar los caminos para contemplarlosâ?, según el Señor de Brantôme. Es así como Fernando Martínez Laínez realiza este penúltimo recorrido para poner esta Pica en Flandes, aunque también podríamos decir, la desmemoria.
Fernando Martínez Laínez (Barcelona, 1941), escritor y periodista, delegado de la agencia EFE en Argentina y los países del Este, director de programas de Radio Nacional de España, columnista del ABC y, sobre todo, narrador de libros de viaje y uno de los padres de la novela negra española, ha dado a la imprenta obras como Carne de Trueque (1978), Destruyan a Anderson (1983) y Se va el Caimán (1988), además de Viena, Praga, Budapest. El Imperio Enterrado (1999), Tras los pasos de Drácula (2001) -en un género entre el libro de viajes e investigación- o la novela histórica El Rey del Maestrazgo (2005).
Así, cuando inicia esta travesía en La Junquera, inicia en realidad la documentada memoria de un camino donde se conjugan los Tercios (reclutamiento, disciplina, vestimenta, toques, armamento, escalafón, sueldo, botín, banderas, pero también fiestas, camaradería, sanidad, motines y prostitutas); los personajes (con retratos del duque de Alba, Spínola, Carlos Manuel I de Saboya, Alejandro Farnesio, Sancho de Londoño, el marqués del Vasto, Cristóbal Lechuga, el coronel Verdugo, don Juan de Austriaâ?¦); las batallas (San Quintín, la ocupación de París, Amberes, Marengo -avant la letre-, Nördlingen, Rocroiâ?¦); y las ciudades (Turín, Albertville, Susa, Milán, Basilea, Dôle, Besançon, Thionville, Lieja, Namurâ?¦) Dice T. S. Eliot en sus Cuatro Cuartetos que â??el tiempo presente está contenido en el tiempo pasadoâ?, algo que hace bueno este libro al intercalar la historia del Camino con personajes y acontecimientos posteriores, así como con los avatares y observaciones del escritor por esos escenarios.
De esta manera descubrimos que el Camino surgió cuando el cardenal Granvela, consejero de Felipe II, decidió preparar un itinerario partiendo de España, vía Génova, para llegar desde la Lombardía a Flandes. De esta manera, tras arribar a Italia por Ventimiglia, esa ciudad donde Franco se entrevistó con Musosolini en la villa de Bordhigera, lo cual provocaría la disolución del cuerpo expedicionario alemán que pretendía invadir Gibraltar desde España, comienza en Turín este viaje después de un accidentado periplo del autor y su compañera Carmina por Narbona, el Rosellón o Montpellier.
Ahí en esa urbe sucia, enloquecida y con esquema de castrum, â??el primer lugar donde soy posibleâ? según Nietzsche antes de hundirse en la locura; en ese Turín donde el filósofo se abalanzó sobre un caballo que estaba siendo golpeado para abrazarlo, besarlo y desvanecerse diciendo después que era Dionisos y Cristo (â??busco un animal que baile y me quiera un poquitoâ?, había escrito días antes); en esa ciudad donde el pintor metafísico Giorgio de Chirico llegó a decir que â??la nostalgia del infinito se revela detrás de la geometría perfecta de sus plazasâ?; en la esotérica y diabólica ciudad de Cagliostro, Nostradamus y Paracelso; comienza el viaje.
Es así, conjugando presente y pasado, cómo el autor nos va contando la historia de un camino y los personajes y acontecimientos que lo surcaron, porque tras Turín, serán los Saboya con el duque Testa da Ferro; la batalla de San Quintín; la de Gravelinas (la primera batalla de las Dunas para algunos); el Piamonte; la historia del carbonario y escritor Silvio Pellico, héroe del Risorgimento; el dilema entre Flandes o Italia que carcomió a Olivares pero no a Felipe IV quien labró así su ruina; la guerra de Mantua; o la muerte de Spínola�, los que desfilarán ante la mirada del lector que toma aire en Ivrea, la ciudad de Camilo Olivetti y las máquinas de escribir, para continuar por la vía Della Castiglia en unas líneas donde casi se oye el eco del redoble de los tambores y los pífanos de los tercios con sus arcabuceros, pajes, sargentos, capitanes, alféreces, furrieles, capellanes, municioneros, doctores, boticarios, cirujanos, barberos, alabarderos y maestres camino de Flandes.
De esta suerte, combinando historia e intrahistoria, descubrimos que para ascender a sargento eran necesarios cuatro años continuados en â??guerra vivaâ?; que los soldados gustaban de gastar en ropas ostentosas su sueldo (el hábito sí hacía al monje en aquella época); que la bandera del Tercio era â??blanca con las aspas en rojo de la cruz de San Andrésâ?; que viajaban a razón de ocho putas por cada cien soldados â??pues las repúblicas bien ordenadas permiten tal género de genteâ?; que la mayoría de los que se enrolaron nunca regresaron o, si lo hicieron, volvieron pobres y mutilados; o que el sueldo mensual de un maestre de campo (un general) era de 500 escudos, mientras que el de un soldado arcabucero 4â?¦
El viaje continua por el valle de Aosta, atalaya monárquica donde la Casa de Saboya encabezó la unificación de Italia hasta proclamar en 1861 rey a Víctor Manuel; nos conduce por los tres valles; nos lleva avant la letre a la batalla de Marengo; se detiene en la Orden de Génova o instrucción de 1536 del emperador Carlos V, en uno de cuyos párrafos se habla de â??compañías o terciosâ?, lo cual dará origen al cuerpo; escala el Pequeño San Bernardo; se angustia con la amnesia de las gentes de Europa; se solaza en los detalles de la camaradería entre soldados; se lamenta con la dura pero necesaria disciplina; se espanta con el funcionamiento de la sanidad militar (los cirujanos eran llamados â??sierrahuesosâ? por su instrumental y trabajo: serruchos, cuchillos y hachas, además de berbiquíes y barrenas); se recrea en Albertville, la ciudad cantada por Ferdinand Chenu pero también por el Marca y el As pues no muy lejos se encuentra el Alpe d´ Huez; y se arrumba en Mont Cenis donde pasaron y pasarían Aníbal y Napoleónâ?¦
Sin embargo, queda aún lo mejor: queda la narración detallada de la marcha del duque de Alba en 1567; la batalla del río Escalda donde Alejandro Farnesio logró doblegar Amberes (capítulo rebosante de épica); queda el espantoso ridículo del ingeniero Gambelli con su â??barco invencibleâ?; queda la ocupación de París donde habría guarnición española hasta 1593; queda la llegada a la ciudad que era la â??puerta de la guerraâ?, es decir, Susa (estratégico punto por donde pasaron Carlomagno, Barbarroja o Napoleón); queda el hallazgo de una Virgen de Montserrat en Alessandria; queda la historia del gordo Vitelli; queda el improperio de nuestros enemigos: â??España, tísica por el ocio de Italia y por la fiebre de Flandes, es un elefante con el ánimo de un pollitoâ?; queda la historia del poeta Vittorio Alfieri; queda la guerra bacteriológica (los protestantes de Ginebra, donde el fanatismo calvinista había quemado a Miguel Servet, llegaron a llevar ropas y ungüentos apestados para propagar la peste entre los nuestros); queda Milán con los Sforza, su castillo, la calle de Calderón y la Scala…, ejemplo vivo del mal funcionamiento de la actual Italia (el autor da sobrados detalles); queda la columna infame; queda William Wordsworth cantando al Fuerte de Fuentes; quedaâ?¦ Pero será mejor que lo descubra el lector; será mejor que se adentre en este libro; será mejor que se anime a recorrer este camino que un considerable número de mapas, esquemas, retratos de época, fotografías, en blanco y negro y color (incluida la del autor en el campo de batalla de Rocroi) animan dándole un carácter aún más ameno si cabe.
Una Pica en Flandes es, es suma, un libro erudito pero divertido, denso pero deleitable, riguroso pero divulgativo, exhaustivo pero ligero, que nos habla de un tiempo y su reflejo. No es sólo lo que se cuenta de una época. No es tampoco lo se que decubre de nuestro siglo. Es lo que se recoge de quienes como Bernardino de Escalante, Baltasar de Vargas, Sancho de Londoño, Alessandro Tassoni, el Señor de Brantôme, Alessandro Cassola, Alonso de Contreras, Cristóbal de Virués, el duque de Alba�, o incluso Jean Jacques Rousseau, Antonio Gramsci o Friedrich Dürrenmat con sus meditaciones a posteriori, vivieron de primera mano o reflexionaron sobre unos acontecimientos y unas tierras igual que ha sabido hacer Fernando Martínez Láinez en este ensayo que ningún amante de la historia se debería perder.

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